6.2 APOCALIPSIS II

 LECTURA EN CLAVE TEOLÓGICA [Lee: Ap 21, 11-21]

El libro del apocalipsis debe ser leído y entendido como un gigantesco drama en el que:

- Los protagonistas son: Dios, Cristo, el Espíritu, la Iglesia, las fuerzas del mal.

- El hilo conductor de la trama es la constatación de que Dios ha cumplido ya en Cristo el pían de salvación preparado y preanunciado en el Antiguo Testamento.

Sin embargo, ha de llevarlo aún a su consumación definitiva.

- El núcleo de la acción -el nudo del drama- está Constituido por la obra redentora de Cristo, el Cordero inmolado y vencedor, que da a la historia de los hombres, del mundo y del mal, su verdadero significado.

- El desarrollo de la historia personal de Cristo durante su vida mortal -enfrentamiento y lucha contra las fuerzas hostiles, proceso de muerte, triunfo definitivo- marca la pauta del desarrollo de toda la historia cristiana posterior.

- El desenlace del drama no es ni puede ser otro que la victoria total y jubilosa de Cristo y de los suyos, cuando Satanás quede definitivamente atado, definitivamente aniquilado (20, 10), y la historia alumbre «un cielo nuevo, v una tierra nueva»

LECTURA EN CLAVE HISTÓRICA [Lee: Ap 12, 1-18]

Se trata de conocer las circunstancias que rodearon la composición del libro:

- Para quiénes fue escrito (los destinatarios: Eran creyentes amenazados por la persecución con riesgo de muerte y por la seducción de falsos profetas con riesgo de deserción.

La amenaza procede de fuera (del poder político que se concreta en el imperio romano), pero también de dentro (de círculos cristianos que se han apartado de la verdadera fe).

- Por quién fue escrito (el autor):

El autor de este libro se presenta con el nombre de Juan (1, 1.4.9 22, 8), como «siervo de Dios», «testigo de Jesucristo» y «profeta».

No parece ser el autor del cuarto evangelio ni tampoco el de las cartas de Juan, aunque los puntos de contacto en pensamiento y lenguaje son evidentes. Sin duda, se puede y se debe hablar de un origen joánico.

- Cuándo fue escrito (fecha): A finales del siglo , durante el imperio de Domiciano (81-96), cuando la pretensión del emperador de ser considerado «dios y señor» comienza a tener repercusiones persecutorias en los cristianos de la provincia de Asia.

EL LIBRO DEL APOCALIPSIS (II).

1. - Introducción.

Te recuerdo la estructura del libro: un prólogo, dos partes centrales ("Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo (1ª parte) y lo que ha de suceder más tarde (2ª parte)" y un epílogo (Apocalipsis 22, 6-21).

2. - Lo que ha de suceder (capítulos 4º a 22, 5).

El conjunto nos presenta una teología de la historia, siempre de la mano de la esperanza. Todo va a comenzar (capítulos 4º y 5º) presentándonos a Jesús como el único capaz de revelarnos el sentido de la historia.

El segundo bloque (capítulos 6º y 7º) es llamado el de los sellos, veremos cómo Jesús resucitado va abriendo cada uno de los siete sellos que ocultan a los grandes azotes de la humanidad.

El tercer bloque (capítulos 8º al 11, 14) es llamado el de las trompetas; en éste, las fuerzas que intervienen en la historia se ponen a actuar.

En el cuarto (capítulos 11º, 15º al 16, 16) se nos narra el choque decisivo entre las fuerzas del bien y del mal.

Finalmente, en el quinto y último bloque (capítulos 16º, 17º al 22, 5) se nos presenta el triunfo definitivo de Dios sobre las fuerzas del mal.

3. - Capítulos 4º y 5º.

Supongo que conocerás un famoso librito de Michel Quoist, llamado Oraciones para rezar por la calle. Nos ayudó mucho a los de mi generación a encontrarnos con el prójimo. Tenía una preciosa oración que decía:

"Me gustaría levantarme en vuelo, Señor, por encima de mi ciudad, por encima del mundo, por encima del tiempo. Purificar mi vista y pedirte prestados tus ojos. Desde arriba vería el universo, la humanidad, la historia, como los ve tu Padre".

El sentido de esta oración se cumplió en nuestro vidente. Es subido al cielo. Allí está Dios y su corte. A Dios no lo nombra ni lo describe de forma humana. Dios es "el que está sentado". Le acompaña su senado: veinticuatro ancianos, con las vestiduras blancas de los elegidos. Son las doce tribus de Israel y los doce apóstoles. Relámpagos y truenos salían del trono, como signo de la presencia de Dios (Teofanía). El mar, símbolo siempre del mal, está aquí rendido a los pies de Dios.

Cuatro figuras, llenas de ojos por delante y por detrás, vigilan los cuatro puntos cardinales de la tierra, a la vez que cantan a Dios. (Ezequiel 10, 14 - Isaías 6,)

"Tuve una visión: Vi una puerta abierta en el cielo, y aquella voz semejante a una trompeta, que me había hablado al principio, decía: Sube aquí y te mostraré lo que va a suceder en adelante. De pronto caí en éxtasis y vi un trono colocado en el cielo y alguien sentado en el trono. El que estaba sentado en el trono brillaba como jaspe y granate, y alrededor del trono había un halo que brillaba como una esmeralda. En círculo alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, y sentados en ellos veinticuatro ancianos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza. Del trono salían relámpagos y retumbar de truenos; ante el trono ardían siete lámparas, los siete espíritus de Dios, y delante se extendía una especie de mar transparente, parecido al cristal. En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes cubiertos de ojos por delante y por detrás: el primero se parecía a un león, el segundo a un novillo, el tercero tenía cara de hombre y el cuarto parecía un águila en vuelo. Los cuatro seres vivientes, cada uno con seis alas, estaban cubiertos de ojos por fuera y por dentro, Día y noche cantan sin pausa: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene. Y cada vez que los cuatro seres vivientes gritan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono diciendo: Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y la fuerza, por haber creado el universo: por tu voluntad fue creado y existe" (Apocalipsis 4).

Dios, "el que estaba sentado en el trono", tenía en su mano derecha un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos, es decir, completamente cerrado. Es el libro de los designios de Dios sobre la historia de la humanidad. No se encontró a nadie capaz de abrirlo.

Juan, el vidente, llora desesperadamente, pero un anciano se le acerca y le dice: "No llores, pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David y él abrirá el libro, rompiendo sus siete sellos". Cristo resucitado va a abrir el libro de la historia para darle su sentido.

Cristo resucitado ("de pie"), con su muerte en la cruz ("degollado") se ha hecho digno de abrir los sellos. Jesús es el Señor de la historia: "De pie, con señales de haber sido degollado". Todos, en el cielo y en la tierra, reconocen en Cristo el máximo honor, gloria y poder.

4. - Capítulos 6º y 7º.

En estos dos capítulos, el Cordero va a ir abriendo los sellos y descubriéndonos las fuerzas que actúan en la historia humana, es decir, descubriéndonos el sentido de la historia. Los cuatro primeros sellos ocultan a los cuatro jinetes del apocalipsis. Cada caballo es de un color y cada color tiene un símbolo. El primer caballo es blanco. El que lo monta es un vencedor. La tradición cristiana ha visto en este jinete a Jesucristo, como se presenta en Apocalipsis 19, 11. El color blanco simboliza la resurrección. Cristo resucitado está presente en la historia, en su Iglesia. Su segura victoria final da esperanza y fortalece a sus fieles. Otros ven, en este caballo blanco con un arco en la mano, una representación del pueblo persa que guerreando con el imperio romano provoca la irrupción en la historia de los otros tres jinetes. Yo prefiero la primera interpretación.

Los otros tres caballos van a ser de signo negativo: El rojo, color de la sangre, representa la guerra. El tercero, el negro, representa al hambre. Y el cuarto, amarillo, tiene color de cadáver y representa a la peste, que deja amarillos los cadáveres. Por tanto, el caballo blanco luchará contra la guerra, el hambre y la peste. Así ha sido siempre y así seguirá siendo. Ahí está la Iglesia de los pobres, empeñada en esa lucha.

Con el quinto sello cambia el panorama. El salón del trono se convierte en templo y debajo del altar, lugar del sacrificio, están todos los mártires que han ofrecido sus vidas por "haber anunciado la palabra de Dios y por haber dado el testimonio debido". A éstos se les puso la vestidura blanca, signo de la victoria, y se les pidió paciencia hasta el momento del juicio final.

Este momento final, "el gran día de su ira" se descubre al abrir el sexto sello. Ese día de la ira viene expresado con grandes signos cósmicos (terremoto, viento huracanado, estrellas que caen del cielo, etc).

Es la teofanía o manifestación de Dios, de que hablan los profetas: el día del Señor, o "aquel día", como decían algunos de ellos.

Antes de abrir el séptimo sello se intercala el capítulo séptimo que nos va a hablar del número de los salvados.

"Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios. Oí el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel... Después vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! Y uno de los ancianos me dijo: Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le respondí: Señor mío, tú lo sabrás. Él me respondió: Ésos son los que vienen de la gran tribulación. Han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero" (Apocalipsis 7, 2-4. 9-14).

"Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar". El libro del Apocalipsis está escrito entre los años 94 y 96 de nuestra era.

Ya han comenzado las primeras persecuciones y los cristianos lo están pasando muy mal, aunque vean los acontecimientos como el cumplimiento de las palabras de Jesús. Sin duda, porque la comunidad a la que va dirigido el libro está en el sufrimiento y hay que animarla a la esperanza, el autor recalca mucho que aquellos "vienen de la gran tribulación, habiendo purificado sus vestidos en la sangre del Cordero". El autor del libro pretende, entre otras cosas, desvelar el sentido de la historia y, más concretamente, el final de la comunidad cristiana, de todos los cristianos: el cielo nos espera, vivamos de la esperanza. Juan nos describe un cielo abundantemente habitado. Primero nuestros padres en la fe: ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel. Si doce eran las tribus de Israel, o sea la totalidad de los judíos, doce mil veces doce significa totalidad de totalidades. Después nosotros, una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, incontables. Gente de toda nación, razas, pueblos y lenguas.

Dice Juan que uno de los ancianos que contemplaba el espectáculo se le acercó y le preguntó: "Ésos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?" Juan se extraña de que un anciano, que representa a la sabiduría, le pregunte por aquella gente y responde con humildad: "Señor mío, tú lo sabrás". La respuesta del sabio anciano lo explica todo: "Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero".

La sangre del Cordero es el sufrimiento de la vida. Así se explica uno que la muchedumbre fuera incontable. Yo cierro los ojos y recuerdo a nuestros mayores en los años de posguerra con tanta hambre (todavía se recuerdan "los años del hambre"). Y recuerdo a los treinta millones de refugiados, a las víctimas de la injusticia, a los mártires en África y América, a nuestros padres que tanto pasaron para sacarnos arriba y que no escatimaron nunca esfuerzo por servirnos y tener la casa abierta al vecino. Somos hijos de los santos y ser hijos de los santos es motivo de un sano orgullo, pero también de una seria responsabilidad.

Cada generación tiene sus santos: los reconocidos y los anónimos. ¿Quiénes son los santos de hoy que nos permitirán no romper la cadena?

Sí, hay santos y no están tan lejos: Santo es el que siente el problema del otro, al que le preocupa el desempleo de los jóvenes, la soledad del anciano, el sufrimiento del enfermo; santo es el que se acerca al que está triste y solo; santo es el que no acepta la violencia, desconoce el odio, no pone resistencia al mal que le hacen; santo es el que se sabe y siente hijo de Dios con todos los hombres; santo es el que cumple los mandamientos. Y más, hay más santos...

5. - Capítulos 8º al 11, 14.

Las fuerzas que intervienen en la historia se ponen a actuar. El capítulo octavo va a comenzar con la apertura del séptimo sello y la entrega de siete trompetas a siete ángeles que van a ser los encargados de anunciar la presencia de las fuerzas del mal.

Las cuatro primeras anunciarán desgracias que afectan a la naturaleza y las tres restantes traerán desgracias para los hombres. Podemos ver una evocación de las plagas que afectaron a Egipto, como anuncio de la liberación del pueblo de Dios.

El séptimo sello que se abre indica la apertura definitiva del libro. Ya queda todo al descubierto. La tensión del momento se indica con media hora de silencio que acompaña a la apertura.

Estas plagas que afectan a la tierra (las fuerzas del mal) sólo hieren a la tercera parte de la tierra. Sólo un tercio es afectado. La fuerza del mal no es absoluta, tiene un límite.

En la descripción preparatoria al sonido de las trompetas hay un fuerte contraste entre las oraciones de los santos que están en presencia de Dios y el gesto colérico del ángel lanzando el incensario lleno de fuego contra la tierra. Dios está indignado con lo que pasa en la tierra. Termina este capítulo diciendo: "¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! ¿Qué será de ellos cuando suenen las trompetas de los tres ángeles restantes, que ya se aprestan a tocarlas?"

La quinta trompeta anuncia una plaga de saltamontes especialmente mortíferos. Es una imagen que, en los profetas, simbolizaba la invasión de los ejércitos enemigos. El ángel del abismo que los capitanea se llama Abadón, esto es, "Destructor, exterminador". Y hace honor a su nombre, pero no tocará a los "marcados en la frente con el sello de Dios". La manifestación del mal tendrá un tiempo de duración determinado: cinco meses. Una estrella caída del cielo es la que abre las puertas del abismo para que salgan los aguerridos saltamontes. Quiere decir con esto que Dios permite la manifestación del mal en la historia.

La plaga que acompaña a la sexta trompeta es una caballería infernal, capitaneada por cuatro ángeles dispuestos a matar. Un ejército de doscientos millones de soldados mata a un tercio de los hombres. Es un definitivo aviso de Dios, pero fíjate cómo los hombres supervivientes no se convierten ni cambian de conducta. Una lluvia de humo, fuego y azufre cae sobre estos hombres, como cayó sobre Sodoma y Gomorra, como recuerdas de Génesis 19. Todo esto nos indica una victoria provisional del mal, que al final será vencido, pero que está presente y victorioso en la tierra, de momento.

El Eufrates era un río frontera y puede estar haciendo referencia a invasiones persas, tan temidas por los romanos. Al final, el pecado de los hombres consiste en insistir en adorar a imágenes de oro, plata, bronce, piedra o madera, que no pueden oír ni hablar. Como hoy y como siempre.

"Tocó la trompeta el sexto ángel, y oí una voz que salía de los cuatro ángulos del altar de oro que está delante de Dios y ordenaba al ángel que tenía en su mano la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están encadenados a la orilla del gran río Eúfrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para matar a esa hora, día, mes y año a la tercera parte de los hombres. Pude oír el número de los soldados de este ejército de caballería: eran doscientos millones. También contemplé en la visión a los caballos y a sus jinetes que vestían corazas de fuego, jacinto y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de león y de sus bocas salían fuego, humo y azufre. Estos tres azotes: el fuego, el humo y el azufre, que salían de las bocas de los caballos exterminaron la tercera parte de los hombres... Los restantes hombres, los que no fueron exterminados por estos azotes, no cambiaron de conducta ni dejaron de adorar a los demonios, a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera, ídolos que no pueden ver, oír ni andar. Tampoco se arrepintieron de sus delitos, sus maleficios, su lujuria y sus robos" (Apocalipsis 9, 13-21).

El toque de la séptima trompeta abrirá el cuarto cuadro, el más importante, pero antes va a intercalar unas escenas que van a preparar los capítulos centrales del libro (12º y 13º) y van a servir de palabras de ánimo detrás de tantas desgracias como están siendo presentadas. Frente a la impresión de destrucción y caos de los capítulos anteriores, ahora se nos va a decir que el mundo lo lleva Dios. El libro, que en el capítulo quinto estaba cerrado con siete sellos y, por lo tanto, nadie lo podía leer, ahora está ya abierto y se le entrega a un ángel descrito de una forma muy pomposa. Este ángel trae un mensaje de esperanza, en forma de juramento: El que tiene que venir no se retrasará. Cuando toque la séptima trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, es decir, estará establecido su Reino.

La imagen del profeta comiéndose el libro para seguir profetizando no es nueva. Está tomada del Antiguo Testamento. Recordemos la vocación de Ezequiel: "Y me dijo: Hijo de hombre, come este libro y después ve a hablar al pueblo de Israel. Yo abrí la boca y él me hizo comer el libro, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y me supo dulce como la miel" (Ezequiel 3, 1-3).

Quiere indicar con esto que Dios da su mensaje al profeta para que lo siga proclamando. Siempre acompañará al profeta la dulzura de proclamar el anuncio y la amargura de tener que denunciar a su pueblo los pecados. El mensaje no siempre es agradable.

Los primeros catorce versículos del capítulo once, con que termina este bloque, nos presentan al vidente Juan recibiendo una vara de medir para que mida el interior del templo. Está simbolizando la protección de Dios sobre la Iglesia, que permanecerá para siempre, aunque por fuera sea pisoteada, perseguida, pero por un tiempo limitado, cuarenta y dos meses o, lo que es lo mismo, mil doscientos sesenta días o tres años y medio, que es el tiempo que según el libro de Daniel (7, 25) habría de durar una persecución.

La Iglesia conocerá la persecución, pero no será destruida porque el poder de Dios la asistirá siempre.

Aparecen aquí dos testigos, personificados en dos olivos y dos candelabros. Algunos piensan que puede estar haciendo referencia a las dos personas, una civil (olivos) y otra religiosa (candelabros) que reconstruyeron Jerusalén tras el destierro de Babilonia. Pero la mayoría piensan que puede estar refiriéndose a profetas-apóstoles de todos los tiempos que fueron enviados de dos en dos por Jesucristo para predicar por todo el mundo. La fuerza del mal, la bestia surgida del abismo, convertirá a los profetas en mártires. Pero el triunfo del mal siempre tiene un plazo, porque el espíritu divino acabará resucitando a los mártires, en las personas de nuevos testigos siempre dispuestos a predicar y morir.

6. - Capítulos 11, 15 al 16, 16.

Se nos va a narrar el choque decisivo entre las fuerzas del bien y del mal. Esta sección comienza con una liturgia en el cielo. Es como el prólogo a lo que viene. El séptimo ángel toca su trompeta y toda la corte celestial, presidida por los veinticuatro ancianos dan gracias y alabanzas al Señor. Es una gran liturgia, la respuesta celestial a todo el dolor de la Iglesia profética de los capítulos anteriores. "Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en él apareció el arca de su alianza" (Apocalipsis 11, 19). Puede querernos indicar que los planes de Dios sobre la humanidad están guardados en lugar seguro, porque Dios está presente en la historia, como estuvo presente en la primera liberación de Egipto, acompañándolos en el Arca de la Alianza. Éste es el nuevo Arca de la Nueva Alianza.

Capítulo 12º. La mujer y el dragón.

La historia de la humanidad está figurada en la lucha encarnizada que vamos a presenciar entre las fuerzas del mal y del bien. La lucha y la victoria de Cristo es el tema de este capítulo. La mujer representa al bien, el dragón el mal.

Otra vez salen los mil doscientos sesenta días, o cuarenta y dos meses, o "tres tiempos y medio", que son tres años y medio: el tiempo de la prueba. Miguel es el general de los ejércitos celestiales Daniel 10, 13) Significa "¿Quién como Dios?".

La mujer representa a la Iglesia, al pueblo de Dios que continuamente da a luz a Jesús con la predicación. La tradición cristiana ha visto en ella también una figura de María.

El otro signo portentoso es el dragón. Es de color rojo, color de sangre. Representa al maligno, como en el paraíso. Es la serpiente que al final será vencida, pero mientras llega ese final estará haciendo todo el mal posible. Esta serpiente está mejor representada que la del paraíso. Aquélla es astuta, ésta poderosa. Tiene siete cabezas para pensar. El siete significa multitud. Por tanto sabe mucho, piensa mucho y es capaz de inventar muchas formas de tentarnos y hacernos caer. Pero tiene diez cuernos, no doce. Doce sería el número completo. Por tener el poder de diez cuernos es imperfecto, no es invencible.

Ya fue vencido en el cielo, aunque en su caída arrastró a muchos ángeles. Aquí abajo fue vencido por el varón que dio a luz la mujer. El niño que nace es, naturalmente, Jesucristo. Las dos alas de águila dadas a la mujer significan la protección de Dios a su pueblo. Hasta la naturaleza protege al pueblo de Dios tragándose el agua vomitada por la serpiente, por el maligno. La asistencia de Dios siempre es más poderosa que la fuerza del maligno. Así este capítulo central es el mayor canto a la esperanza.

Dios está con nosotros, con la mujer del texto, y siempre venceremos. Así lo expresa el himno que se canta en el cielo.

"Después apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora y gritaba entre los dolores del parto. Apareció otra señal en el cielo: un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba frente a la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera. Dio a luz a un varón destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto donde tiene un lugar reservado por Dios para que allí la sustenten mil doscientos sesenta días. Se trabó una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles declararon guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás y extravía la tierra entera, lo precipitaron a la tierra y a sus ángeles con él. Se oyó una gran voz en el cielo; Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías. Porque ha derribado al acusador de nuestros hermanos, al que los acusaba noche y día ante nuestro Dios. Ellos lo vencieron con la sangre del Cordero, y con el testimonio de la palabra que dieron, sin preferir la vida a la muerte. Por eso, alégrense cielos, y los que en ellos habitan. ¡Ay de la tierra y el mar! El diablo bajó contra ustedes rebosando furor, pues sabe que le queda poco tiempo. Cuando vio el dragón que lo habían arrojado a la tierra se puso a perseguir a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Le pusieron a la mujer dos alas de águila real para que volase a su lugar en el desierto y fuera alimentada, lejos de la serpiente, durante tres tiempos y medio. La serpiente, persiguiendo a la mujer, echó por la boca un río de agua para ahogar en él a la mujer. Pero la tierra socorrió a la mujer: abrió su boca y absorbió el torrente que el dragón había lanzado de sus fauces. Irritado el dragón por su fracaso con la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de su linaje, a los que observan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús. Y el dragón se quedó al acecho junto a la orilla del mar" (Apocalipsis 12).

Capítulo 13º. Las dos bestias.

El gran dragón tiene dos aliados. Son dos bestias horrorosas revestidas de todo el poder del mundo para hacer el mal. Las tres forman la antitrinidad. La primera sale del mar, como salía el emperador cuando volvía victorioso de campañas militares. El mar representa el abismo, la muerte, lo malo. La gente la esperaba en la orilla y le aclamaba. A él, y al imperio romano, representa esta fiera monstruosa. La herida grave en la cabeza que resultó curada puede ser una burda representación de Jesús, herido gravemente, y resucitado. La adoración universal que recibe es la del emperador que avasalla a todos, menos a los que estaban "desde el principio de la creación inscritos en el libro de la vida del Cordero" (los cristianos que se niegan a esa adoración). La otra fiera sale de la tierra, tiene apariencia de manso cordero, pero habla como un dragón. La presentación de la primera fiera termina diciendo: "Ha llegado la hora de poner a prueba la paciencia y la fe de los creyentes" porque esta segunda fiera, que representa a los falsos profetas de la primera, no les va a dar respiro. Representa a toda la propaganda y persecuciones anticristianas del emperador Nerón, es decir, del imperio romano, a quien corresponden la cifra del 666. La palabra Nerón César se escribe en números con esa cifra. La persecución no va a ser eterna porque el número es imperfecto. Si fuera el 777 sería otra cosa. A los tres seis les falta la unidad para ser siete, que es el número perfecto.

Capítulos 14º al 16, 16.

En este cuarto bloque se nos narra el choque decisivo entre las fuerzas del bien y del mal.

"El Cordero de pie en el monte Sión" es Cristo resucitado, el vencedor de la muerte y del enemigo. Los 144.000, marcados en la frente, son los salvados que ya nos salieron en el capítulo 7º.

Los ángeles se suceden como enviados por Dios con mensajes a la tierra. El primero dice: "Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adoren al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales de agua".

El segundo grita: "¡Ha caído, ha caído la orgullosa Babilonia, la que emborrachó a todos los pueblos con el vino de su desenfrenada lujuria!". El tercero: "Si alguno adora a la bestia y a su estatua, si recibe su marca en la frente o en la mano, tendrá que beber el vino de la ira de Dios...". Y una voz que se oye desde el cielo y dice: "¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas porque sus obras les acompañan".

Y a continuación describe el juicio de Dios como tiempo de siega y vendimia, imágenes muy bíblicas ambas. La siega representa la recompensa a los que se mantuvieron fieles y no se dejaron embaucar por la propaganda de la bestia. "Todos ellos vivieron y reinaron con Cristo mil años" (Apocalipsis 20, 4). Mil años, que es para siempre. La vendimia es distinto porque la uva terminó en el "gran lagar del furor de Dios" (14, 19). Puede representar el castigo a tanta idolatría como se narra en los capítulos anteriores. La inmensidad del lago de sangre que salió del lagar puede representar la universalidad del juicio de Dios.

Capítulo 15º. Las siete copas.

El vidente está de nuevo en el cielo para contemplar una tercera figura, después de haber contemplado la de la mujer y la bestia. Son siete ángeles portando siete copas de muerte. Son las últimas siete plagas que colman la ira de Dios. Recordemos: siete sellos, siete trompetas, siete copas. Como introducción los cuatro primeros versículos nos presentan una liturgia celestial en la que los vencedores de la bestia cantan la victoria del Señor, soberano de todo.

Los vencedores estaban a la orilla de un "mar de vidrio veteado de fuego" que puede representar el cielo. Cantan el cántico de Moisés.

"Después de esto vi cómo se abrió en el cielo lo más santo de la tienda del testimonio. Y los siete ángeles que llevaban las siete plagas salieron del templo, vestidos de lino puro y brillante, con bandas de oro alrededor del pecho. Uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro llenas de la ira de Dios que vive por los siglos de los siglos. El templo se llenó del humo de la gloria y del poder de Dios, y a nadie se le permitía entrar en el templo mientras no se consumasen las siete plagas de los siete ángeles".

Capítulo 16, 1-16.

La ira de Dios ha llegado a su punto culminante. Dios va a aniquilar el mal vertiendo las siete copas. Las cuatro primeras sobre la tierra, el mar, los ríos y el sol. Recuerdan un poco las plagas de Moisés en Egipto que volvieron sangre las aguas del Nilo. El agua del mar y de los ríos convertida en sangre evoca al visionario la sangre de los mártires derramada en el martirio. La quinta y la sexta son derramadas sobre los enemigos de Dios: la quinta sobre el trono de la bestia y la sexta sobre el gran río Eúfrates, de tan tristes recuerdos para el pueblo de Dios. Puede que, históricamente, esta sexta copa, que convirtió el río Eúfrates en un camino para que por él vinieran los reyes del este, haga alusión al peligro de los persas que tuvieron en jaque al imperio romano.

Tras la sexta copa se interrumpe la narración con una extraña visión. Son cuatro versículos. Los espíritus inmundos que salen de las bocas de las bestias parecían sapos dando a entender la sagacidad y rapidez de estos animales, que convocan a todos los reyes de la tierra para el juicio final en Harmagedón, también llamado el valle de Megidó, de muy triste recuerdo para Israel porque en él fue derrotado el santo rey Josías a manos del faraón Nekao (II Reyes 23, 29).

En ese valle maldito desde entonces tenían ellos la creencia de que se realizaría el juicio final. Y eso lo aprovecha Juan al escogerlo como punto de referencia para este juicio final.

"De la boca del dragón, de la boca de la fiera y de la boca del falso profeta vi salir tres espíritus inmundos en forma de sapos. Los espíritus eran demonios con poder de efectuar señales y se dirigían a los reyes de la tierra entera con el fin de reunirlos para la batalla del gran día de Dios, soberano de todos. Los convocaron en el lugar llamado en hebreo Harmagedón" (Apocalipsis 16, 13-16).

7. - Capítulos 16, 17 al 22, 5. Quinta y última sección.

Tiene un carácter conclusivo y se nos narra en ella la derrota definitiva del mal y el triunfo apoteósico del Cordero.

En los últimos versículos del capitulo 16º se vierte la séptima copa que acaba con todos los poderes de Babilonia que representa a Roma y a toda la humanidad. La descripción es terrible y señala el final del tiempo del mal. La voz potente que se oyó en el cielo así lo indica: "¡Ya está hecho!".

En los dos capítulos siguientes nos va a describir el juicio y la caída de Babilonia; el 19º y 20º nos presentan la victoria final del Cordero sobre la bestia, sobre el dragón y sobre la misma muerte. Y el resto de este bloque, 21º al 22, 5, nos presenta a la otra mujer, la mujer esposa, Jerusalén.

Capítulos 17º y 18º. Tratan del juicio (capítulo 17º) y caída (capítulo 18º) de Babilonia. La histórica Babilonia representa a Roma, la ciudad edificada sobre siete colinas, y que es la que en este momento histórico estaba machacando a los cristianos, aunque en la antigüedad fue Babilonia la que los oprimió y llevó al destierro.

Babilonia (Roma) representa al mundo de los enemigos de Dios, de los que persiguen a los cristianos. Aquí es simbolizada por una especie de diosa prostituta, de vida escandalosa, que se emborracha con la sangre de los mártires. Es presentada ricamente vestida, enriquecida con toda clase de rapiñas. Lleva un letrero en la frente: "Babilonia, la orgullosa, la madre de todas las prostitutas y de todas las abominaciones de la tierra" (versículo 5). Por lo visto, las prostitutas romanas tenían por costumbre llevar en su frente una diadema con su nombre escrito en ella. Ante el asombro del vidente por la contemplación de la poderosa mujer, antagonista de la otra mujer que vimos en el capítulo 12º, un ángel se le acerca a darle explicaciones. No todo se entiende porque parece lleno de contradicciones. Por una parte la bestia sigue viva, reencarnada en los sucesivos emperadores. Por otra parte repite tres veces la expresión: "pero ya no es", queriendo indicarnos que tiene sus días contados. Otros ven en esta expresión la opuesta a la definición que Dios da en el Génesis a Moisés: "Dios es el que es". Dios permanece, la bestia tiene sus días contados. Esta idea la apoyan frases alusivas a la brevedad del reinado de la bestia o el versículo 14 que dice: "Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Rey de reyes y Señor de señores, y con él vencerán también los llamados, los elegidos y los creyentes".

Capítulo 18º. La caída de Babilonia.

"Después de esto, vi a otro ángel que bajaba del cielo con gran poder. La tierra quedó iluminada con su resplandor, y el ángel gritó con voz potente, diciendo: ¡Cayó, cayó al fin la orgullosa Babilonia! Se ha convertido en mansión de demonios, en guarida de espíritus inmundos y de toda clase de aves inmundas y detestables. Las naciones todas han bebido el vino de su desenfrenada lujuria". "¡Ay de ti, la gran ciudad, Babilonia, ciudad poderosa! ¡En muy poco tiempo se ha consumado tu cólera!".

Y para los cristianos perseguidos por el imperio tiene palabras como éstas: "Sal de ella, pueblo mío, no te hagas cómplice de sus pecados, para que no tengas que compartir sus castigos... En un solo día se abatirán sobre ella las plagas que ha merecido: muerte, luto y hambre y será abrasada por el fuego. Poderoso para ello es el Señor Dios que la ha juzgado... ¡Alégrate, cielo, por su ruina, y vosotros, creyentes, apóstoles y profetas, porque Dios os ha hecho justicia al condenarla!".

Capítulos 19º y 20º.

Nos presentan la victoria final del Cordero sobre la bestia, sobre el dragón y sobre la misma muerte. Comienza el capítulo 19º con una gran liturgia en el cielo en la que una inmensa muchedumbre alaba a Dios por haber derrotado a la gran Babilonia, vengando así la sangre de los mártires: "¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios... porque ha juzgado a la gran Ramera y ha vengado la sangre de sus siervos" (19, 1-12). El cielo invita a todos a alabar a Dios y, en respuesta a esta invitación, una muchedumbre inmensa reanuda su alabanza celebrando el advenimiento de las bodas del cordero. Termina este trocito con un ángel confirmando a Juan la validez de cuanto le ha referido.

El resto del capítulo 19º lo ocupa el primer gran combate escatológico, es decir, del final de los tiempos entre Cristo y los enemigos de la Iglesia que son exterminados. Es el Día de Yavé, que veíamos en algunos profetas. Cristo es el Rey de reyes; "su nombre es: Palabra de Dios" (versículo 13). Un ángel invita a las aves del cielo a que bajen a comer la carne de los enemigos derrotados. La Bestia, que encarna a los enemigos de Dios, presentó batalla "pero fue capturada y, junto con el falso profeta, fueron arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre. Los demás fueron exterminados por la espada que sale de la boca del que monta a caballo y todas las aves se hartaron de sus carnes" (19, 20-21). En el capítulo 20º, los "mil años" corresponden al tiempo de la actividad triunfante de Cristo y el "poco de tiempo" de la actividad de Satanás. Hay que descartar todo intento de los llamados milenaristas que quieren darle un significado real al texto, como si Cristo fuera a reinar 999 años más 1. Mil años significa un tiempo indefinido, siempre. Cristo reinará siempre en quienes aceptan y viven su mensaje. El "poco tiempo" de Satanás significa que el mal tiene sus días contados, que su derrota es segura, como se indica en la conclusión del segundo combaste escatológico que se narra a continuación:

"El Diablo fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde serán atormentados día y noche, por los siglos de los siglos" (20, 10).

Termina este capítulo 20º con el llamado "Juicio a las naciones" que leemos en algunas misas de difuntos.

"Luego vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. A su presencia desaparecieron cielo y tierra, sin dejar rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar entregó sus muertos. Muerte e infierno entregaron sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después Muerte e Infierno fueron arrojados al lago de fuego -el lago de fuego es la segunda muerte-. Los que no estaban escritos en el libro de la vida fueron arrojados al lago del fuego" (20, 11-15).

Parece claro que este texto describe el juicio final. Cristo es nombrado de nuevo como "el que estaba sentado en el trono". Todos los muertos, es decir, los que habían pasado por la primera muerte, la natural, estaban delante de él. Todos fueron juzgados, según sus obras. Los que no estaban escritos en el libro de la vida, es decir, aquellos cuyas obras eran malas, fueron arrojados al lago del fuego, al infierno, que es la segunda muerte. La primera muerte es la corporal. Hasta la muerte, fruto del pecado, será arrojada al infierno con todos los condenados. Ha llegado el tiempo de la vida y no habrá más muerte.

Capítulos 21º al 22, 5. El triunfo de la vida.

Dividimos este bloque en tres apartados. Primero la Jerusalén celestial, la esposa del Cordero (versículos 1-8). En segundo lugar, la ciudad nueva (21, 9-27). Y la tercera, el nuevo paraíso (22, 1-5).

La nueva Jerusalén es la antítesis, el reverso, de la Babilonia que te presentó en el capítulo 17º. Todo es el triunfo definitivo de la vida, que brota de Dios y de su Cristo, el Cordero. Juan, el vidente es sólo testigo. El protagonista es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, Cristo. Todo es nuevo: el cielo y la tierra. Y el mar, símbolo del mal, ya no existe.

Veamos la primera: "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, adornada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el cielo: Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto ni dolor. Porque lo de antes ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono me dijo: Todo lo hago nuevo. Y añadió: Escribe que estas palabras son fidedignas y dignas de crédito. Y me dijo finalmente: ¡Ya está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento, yo le daré a beber de balde de la fuente de agua viva" (Apocalipsis 21, 1- 6).

La palabra Jerusalén significa "la ciudad de la paz". Jerusalén es el símbolo de la Iglesia, por ser el centro de espiritualidad del mundo judío, como para nosotros es Roma. La Iglesia es la nueva Jerusalén que vio Juan, el autor del Apocalipsis. Este cielo nuevo, esta tierra nueva, esta nueva Iglesia es el reto de la Pascua. Tenemos que construir una tierra nueva y una Iglesia nueva. Media docena de veces sale en las lecturas de hoy la palabra nuevo/a: Una tierra nueva. Un cielo nuevo. Un universo nuevo. "Todo lo hago nuevo". Naturalmente, en ese "Todo lo hago nuevo" no se excluye nada: Un hombre nuevo. Una familia nueva. Una comunidad nueva. Una Iglesia nueva.

Puede ser una utopía, algo inalcanzable desde el punto de vista humano y a la vista de tantas mentiras viejas como nos rodean. Pero para nosotros no es utopía y, si lo es, nos da igual porque la Pascua convierte lo imposible en el objeto de nuestra esperanza. Si Jesús murió en la cruz por amor y el poder del Padre lo ha resucitado de entre los muertos, podemos gritar con los jóvenes del año 68: "¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!". Trabajemos por la utopía de crear un mundo nuevo. ¿Imposible? No pienses que es imposible. Ya sabes aquello de "lo hizo porque no sabía que era imposible". Nada es imposible después de la resurrección de Cristo.

En segundo lugar describe la ciudad nueva. Es el resto del capítulo: unos veinte versículos. Está describiendo la ciudad-esposa o novia del Cordero. Está radiante, con la gloria de Dios. El hermoso atavío que lleva la novia no es riqueza de lujo, sino de buenas obras. Todo suena a plenitud. El número doce y el mil así lo indican. Están muy presentes las doce tribus y los doce apóstoles.

"El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero" (Apocalipsis 21, 10-14. 22-23).

El interior de la ciudad carece de templo: "Templo no vi ninguno...". No lo necesita porque Dios mismo y su Cordero, Jesucristo, la llenan con su presencia. Es decir, sus habitantes tienen acceso directo a Dios, sin necesidad de espacios exclusivos. ¿Quiere decir que sobran los templos? No exactamente. El templo es el espacio que la comunidad ha dedicado a sus encuentros comunitarios con Dios. Pero ya el templo no tiene valor exclusivo como lugar de encuentro. Recordemos el encuentro de Jesús con la Samaritana (Juan 4, 20). Los samaritanos adoraban a Dios en el monte Garizim, mientras que los judíos lo hacían en Jerusalén. Jesús le dice: ya llega el tiempo en que ni Garizim ni Jerusalén serán lugares exclusivos de adoración al Padre. Los verdaderos adoradores lo harán en espíritu y en verdad. Con esto no está Jesús aboliendo el templo, sino diciendo: cada hombre es templo de Dios y se puede encontrar con Él en el interior de su corazón, además de en ese templo a donde tantas veces Él mismo subía.

Después San Pablo lo repetiría hasta la saciedad: "¿No saben que son templos del Espíritu Santo que habita en ustdes?".

Y en la tercera parte, la última del libro antes de la conclusión, termina la Biblia como comenzó, con un nuevo paraíso. Un río de agua viva, un árbol de la vida, como en el paraíso de Adán. Pero lo mismo que la ciudad santa, Jerusalén, era la antítesis de Babilonia, este nuevo paraíso es la antítesis del primero. Aquí "no habrá ya maldición alguna", ni noche, que es el poder de las tinieblas. Tampoco habrá luz artificial, porque el mismo Cordero los alumbrará. Y los hombres serán reyes por los siglos de los siglos.

El cielo es nuestro nuevo y esperado paraíso. A nosotros se nos ha encomendado construir aquí abajo una tierra nueva y un cielo nuevo, adelantando un paraíso en el que todos podamos reinar porque Dios nos hizo reyes de la creación, es decir, vivir con la dignidad que nos corresponde como hijos de Dios.

"El ángel del Señor me mostró el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas de los árboles sirven de medicina a las naciones. Allí no habrá ya nada maldito. En la ciudad estarán el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le prestarán servicio, lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos" (22, 1-5).

8. - Conclusión o epílogo.

Suena a la introducción. Es como una inclusión literaria. Era un recurso literario que se utilizaba para unir todo un texto. Aquí parece indicarnos que todo el Apocalipsis tiene una unidad interna.

"Y alguien me dijo: Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspiró a los profetas ha enviado a su ángel para mostrar a sus servidores lo que ha de ocurrir en breve. Mira que estoy a punto de llegar. ¡Dichoso el que presta atención a las palabras proféticas de este libro! Yo, Juan, oí y vi todo esto. Y después de oírlo y verlo, caí a los pies del ángel que me lo mostraba con intención de adorarlo. Pero él me dijo: No hagas eso, que yo soy un simple compañero de servicio tuyo y de tus hermanos los profetas, y de todos los que prestan atención a las palabras de este libro. Sólo a Dios debes adorar. Y añadió: No mantengas en secreto las palabras proféticas de este libro, pues el momento decisivo está a las puertas. Ya casi es lo mismo que el pecador siga pecando o que el manchado se manche más aún; que el bueno siga siendo bueno o que el creyente se entregue más a Dios. Estoy a punto de llegar con mi recompensa y voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. ¡Dichosos los que lavan sus vestidos para tener derecho al árbol de la vida y poder entrar en la ciudad por sus puertas! ¡Fuera, en cambio, los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira! Yo, Jesús, os he enviado a mi ángel para que os haga presente todo esto en las distintas Iglesias. Yo soy la raíz y el vástago de David, la estrella radiante de la mañana. El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Diga también el que escucha: ¡Ven! Y si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua de la vida. Solamente advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro, que si añade algo, Dios hará caer sobre él las plagas descritas en este libro. Si suprimiese alguna de las palabras proféticas de este libro, Dios le quitará la parte que le corresponde en el árbol de la vida y en la ciudad santa descrita en este libro. Dice el que atestigua todo esto: Sí, estoy a punto de llegar. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia de Jesús, el Señor, esté con todos" (Apocalipsis 22, 6-21).

PROPUESTA DE TRABAJO. Lecturas: Génesis 2, 5-17 Apocalipsis 22, 1-5 Mateo 5, 1-12 Actividades: 1. - La Biblia termina como comenzó, con la descripción de un paraíso. En esta primera lectura te voy a poner la descripción del primer paraíso, el de Adán y Eva. En la segunda te pondré el otro. En los dos hay abundancia de agua, signo de vida. En el primero hay tentación, en el segundo ya no hay nada malo. Léela y reflexiona. 2. - La historia de la salvación que tiene su prólogo en el Génesis ha terminado. Un nuevo paraíso ha sido creado. Todo lo que allí fue promesa, aquí se convierte en realidad. 3. - Dijimos que el Apocalipsis es un canto a la esperanza. La esperanza del cristiano está en vivir el espíritu de Jesús, las bienaventuranzas. Vamos a terminar el último libro de la Biblia con una meditación sobre ellas.

4, 1 - 22, 5: Contiene la descripción pormenorizada de «aquello que va a suceder en breve», de acuerdo con la intención primordial del autor manifestada en 1, 1.19.

Esta segunda parte constaría de cinco secciones:

-4, 1-5, 14: Lo que va a suceder.

- 6, 1-7, 17: Revelación del sentido de la historia.

- 8, 1-11, 14: La historia de la salvación en movimiento.

- 11, 15-16, 16: El choque de las fuerzas antagónicas.

- 16, 17-22, 5: Desenlace: el triunfo de la esposa.

- Un EPILOGO (22, 6-21) que tiene por finalidad reafirmar el valor del libro.Introduce un texto aquí...

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