2 CAMINO DE LIBERACIÓN

¿Cuál es el origen del libro? Todo lo dicho sobre el Pentateuco sirve para el Éxodo, que forma parte de él. Viejas tradiciones orales, recuerdos almacenados en la memoria popular, algunos sencillos documentos escritos y, sobre todo, las fuentes documentales clásicas que venimos nombrando (Yavista o Javista, Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal).
   Una de las últimas redacciones del contenido habría que situarla en tiempo de la cautividad en Babilonia (586-537 antes de Cristo), siendo Esdras -ya a la vuelta del destierro- el que reunió los distintos capítulos hasta formar un solo libro.

1. - Introducción.

El Génesis narra en sus once primeros capítulos las creencias de Israel sobre los "orígenes" de todo lo que nos rodea: el cielo, la tierra, los mares y lo que en ellos se contiene. Nos cuenta la "historia" de la humanidad.
Desde la llamada a Abrahán "nuestro padre en la fe" en el capítulo 12, se nos narra la historia de los antepasados de Israel.

En el siguiente libro, el Éxodo, la historia se va ciñendo cada vez más a Israel, el pueblo del que Dios se va a ocupar de modo especial. La gran experiencia que se nos va a contar en este libro, y que fue definitiva en la conciencia del pueblo de Israel, parte de esta decisión de Dios:

"He visto a mi pueblo sufrir en Egipto y he bajado a librarlo" (Éxodo 3, 7-8).

A lo largo de sus 40 capítulos nos va a contar dos hechos fundamentales: la liberación de Egipto y la Alianza en el Sinaí. Todo lo demás es preparación o conclusión de estos relatos. A partir de ahora, Dios será "el que nos sacó de Egipto". Él será su Dios e Israel será su pueblo, el pueblo elegido, el pueblo de Dios.

En Cristo, rostro humano de Dios, la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, continuador de Israel en la elección divina. Por esto decimos que Israel es nuestro padre en la fe.

La palabra éxodo significa "salida". De la esclavitud a la libertad. De ser nada a ser hijos de Dios. Para ellos es su pascua, como cuando nosotros cantamos en la Vigilia Pascual "Ésta es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte". Es como un evangelio, la buena noticia de que Dios se ha acordado de su pueblo cuando estaba en el sufrimiento.

El Dios de Israel, el Dios del Éxodo es el Dios de la libertad, el Dios de los pobres y oprimidos,  de los que sufren, es nuestro Dios. El Éxodo está todo él dedicado a esa liberación "entre signos y prodigios".

Cuando el pueblo está en el sufrimiento e invoca a Dios, es oído porque "Dios recuerda su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob" (Éxodo 2, 24). Y bajó a hacer historia con su pueblo. No se quedó allá arriba.
    Nuestro Dios es un Dios comprometido con nosotros. Por esto, para Israel, el éxodo es pascua, paso salvador de Dios por en medio de su pueblo.
    Esta experiencia fuerte es la que marca a Israel como pueblo religioso, como pueblo de Dios. Y ser "el pueblo de Dios" es lo que distingue a Israel de los demás pueblos. El pueblo pecará y se alejará de Dios muchas veces, pero Dios nunca se apartará de su pueblo.

2. - Los protagonistas del libro del Éxodo.

Es como una obra de teatro. Tiene cuatro actores y tres escenarios distintos (Egipto, el desierto y el Sinaí).

Dios es el actor principal. Dios se presenta a Israel como el único Dios y entre ambos se establece una relación basada en la gratuita elección divina. Fruto de esta elección es su actuación protectora.
   Dios actúa en Egipto, en el desierto y en el Sinaí. Él lleva a su pueblo. Le exigirá el cumplimiento de las condiciones de la alianza, como Él mismo cumplirá su parte. Pero, sobre todo, el Dios de Israel es compasivo y misericordioso: basta que el hombre se le acerque con humildad para tener la garantía de que va a ser oído. Se deja convencer siempre por Moisés cuando viene a interceder por su pueblo. El Dios del Éxodo es nuestro Dios. No olvidemos nunca lo que hemos repetido muchas veces: "Todas estas cosas se escribieron para enseñanza nuestra" (I Corintios 10, 11).

A la luz de estas reflexiones debemos aclarar nuestra idea de Dios. En tiempos de Abrahán o Jacob, el pueblo era politeísta, adoraba a muchos dioses. Cada clan o familia tenía sus dioses protectores. Algo parecido nos puede ocurrir a nosotros con tantas imágenes protectoras, si las ponemos por encima de Dios. Pero el Dios que se nos revela en el Éxodo es mucho más grande que los pequeños dioses que nosotros nos podamos fabricar.

Leemos Éxodo 3. Es un capítulo clave para "entender" a Dios. Cuando Moisés le pregunta su nombre para poder decírselo a su gente en Egipto, Dios le responde: "Yo soy el que soy". Los traductores de la Biblia de los Setenta, lo interpretan en el sentido de "Yo soy el existente". Es decir, el único, porque los demás dioses no son existentes, no existen, son nada, fabricados por manos humanas.
   Freud decía que la gran aportación judeo-cristiana a la cultura occidental es que sólo Dios es Dios y únicamente Dios es Dios, todo lo demás no es Dios.
Este único Dios es celoso y excluye toda idolatría. No está dispuesto a compartir su nombre. Y sí lo está a ayudar al que lo acepte tal como es.
   Se lo recuerda a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yavé, el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes"(Éxodo 3, 15).
  Es lo mismo que decir: el Dios que ha mantenido sus bendiciones sobre ustedes a lo largo de generaciones sin fin, es el que ahora viene con poder a sacarlos de la esclavitud.
   Dios es el señor de la historia,
el único Señor de la historia. No actúa al capricho antojadizo, sino que tiene un proyecto de salvación para su pueblo. Este proyecto se inició en la creación, el hombre lo rompió con el pecado y allí, donde se dio el pecado, se dio también la promesa de redención. Ya todo será preparar a la humanidad hasta que, en Jesucristo, llegue la "plenitud de los tiempos" de que habla San Pablo. En Cristo se nos da la revelación plena de Dios. Cristo es el rostro visible del Padre.

Moisés es el segundo actor del Éxodo. Él es el mediador entre Dios y su pueblo. Es el caudillo que lo conduce hacia la libertad, a lo largo de cuarenta años. Es el hombre de Dios que entrega a su pueblo los diez mandamientos, caminos de libertad, que lo van a llevar a una felicidad total, si los cumple. Sin Moisés no se explica la existencia ni la religión de Israel. Fue el elegido por Dios para sacar de Egipto a un grupo numeroso y significativo con el que Dios haría historia.
Posteriormente tanto las tribus que bajaron a Egipto como las que nunca se movieron de su tierra, aceptaron y vivieron todos los acontecimientos del éxodo como propios. Como casi todos los elegidos de Dios, Moisés pertenece al pueblo y es sacado del pueblo para ponerlo a su servicio. Moisés no es sacerdote. Sí lo es Aarón, su hermano de padre, que lo acompañará siempre. La carta a los Hebreos, para explicar la actividad del sacerdote como ministro del sacrificio, nos describe su condición humana con palabras que se las podemos aplicar a Moisés: "sacado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en lo que se refiere a Dios" (Hebreos 5, 1).
En el Nuevo Testamento, Cristo, y los sacerdotes que somos continuadores de Cristo entre los hombres, asumimos la doble función de Moisés y Aarón. Somos, como Moisés, responsables de nuestro pueblo a través del inmenso desierto de la vida y, además, como Aarón, "ofrecemos sacrificios por nuestros pecados y los de nuestro pueblo" (Hebreos 5, 3). Cristo, en la cruz, se ofreció a sí mismo por los pecados del pueblo, ya que Él no conoció el pecado. Moisés es imagen de Jesús: se encuentra con Dios en el monte y en el templo. Tiene acceso directo a Dios. Es el amigo de Dios, con quien habla cara a cara, como también habló Abrahán.


Israel, el pueblo elegido, es el tercer actor. Sus actitudes, sus tentaciones, sus reacciones lo hacen el actor más cercano a cada uno de nosotros. Pueblo elegido y amado de Dios, al que se resiste continuamente. Si en Egipto estos grupos de extranjeros hambrientos, que llegaron por caminos distintos para paliar su hambre, tomaron conciencia de pueblo, miembros de una misma raza, ahora en el desierto tomarán conciencia de pueblo de Dios.
La experiencia del desierto y de las maravillas realizadas por Dios durante su estancia en él, nunca se le olvidará a Israel, que verá en todo esto la mano de Dios que hace una historia maravillosa con él.
Tendrá en el desierto las mismas tentaciones de Cristo, de su Iglesia y de cada uno de nosotros: la tentación de la abundancia, del poder y del milagro. Reclamó a Moisés la vuelta atrás para "comer ollas de carne", a costa de su libertad. El pueblo no soportó el silencio de Dios, mientras Moisés estaba en el Sinaí recibiendo las tablas de la ley, y exigió a Aarón que le hiciera una imagen, como signo de la presencia divina; la sacó en procesión y dijo de ella: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto" (Éxodo 32, 4), le hizo un altar y organizó una fiesta en su honor. La reacción de Dios fue terrible: "Ya veo que este pueblo es un pueblo de cabeza dura. Déjame que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo" (Éxodo 32, 10). La intercesión de Moisés acabará cambiando el plan de Dios y perdonará a su pueblo. Como cualquiera de nosotros, Israel se mueve entre la fe y la murmuración.
Desconfía de Dios y de la historia que está haciendo con él. No mira para adelante, para la tierra prometida (para nosotros el cielo) sino que mira hacia atrás, hacia Egipto, sueña con pisar barro a cambio de comida. Mientras ellos acusan a Dios de asesino ("Nos has sacado al desierto a matarnos de hambre" Éxodo 16), Dios redobla las pruebas de su protección y les da codornices y maná hasta saciarlos en su hambre. Nunca olvidará Israel el comportamiento de Dios con ellos en el desierto. Por eso rezarán: "Pidieron, y trajo codornices, de pan del cielo los hartó; abrió la roca y brotaron las aguas, como ríos corrieron por las sequedades" (Salmo 105, 40).

El Faraón. También es actor de esta historia de liberación realizada por Dios. Aunque en toda la Biblia se le recordará, su principal protagonismo se limita a los 14 primeros capítulos del Éxodo, en los que Dios "se cubre de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército" (Éxodo 14, 17). Precisamente para esto sirvió Faraón: para que Dios se cubriera de gloria. El Faraón representa el antidios, lo pasado, lo que mantuvo a Israel en la esclavitud. En nuestras vidas, todo lo que nos impide realizar el plan de Dios sobre nosotros, es figura del Faraón. Es tozudo, de corazón duro, rechaza una y otra vez la invitación de Dios que lo pudo salvar de la desgracia. Incapaz de sentir compasión del pueblo, cuando éste pide salir, él le redobla la esclavitud, haciéndoles buscar la paja que necesitan para los ladrillos. Sólo le interesa lo material, la producción. Nuestra sociedad moderna es como el Faraón. Sólo le interesa lo rentable. Tanto tienes, tanto vales.


3. - Los tres escenarios geográficos en que se desenvuelve el Éxodo.

Egipto. Es la primera parte del libro: desde el capítulo 1 hasta el 13, 16.
El versículo 17 ya es la salida: "Cuando Faraón dejó salir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, aunque era más corto; pues se dijo Dios: No sea que al verse atacado, se arrepienta el pueblo y se vuelva a Egipto. Hizo Dios dar un rodeo al pueblo por el camino del desierto del mar de Suf".Este primer escenario empalma con todo lo anteriormente descrito en el Génesis, con Dios como hilo conductor de la historia. Brevemente, te refresco la memoria desde el inicio de la historia de José, el último patriarca: Hijo de Jacob y de Raquel es vendido por sus hermanos y llevado como esclavo a Egipto. La mujer de Putifar, su dueño en Egipto, lo provoca en tentación y José no cede, lo que le cuesta la prisión. Pero Dios bendice a José y todo lo que toca, hasta alcanzar el puesto de primer ministro. Egipto es salvado del hambre por José. También sus hermanos reciben la ayuda del misericordioso hombre de Dios. El Génesis termina con toda la familia de Jacob viviendo en Egipto a la sombra de su hermano, con el perdón de éste y con la promesa del retorno a la tierra prometida.Y en esta situación familiar comienza el Éxodo. Israel crece y los egipcios se alarman de su crecimiento por el peligro que entraña tener el país lleno de extranjeros, sobre todo en el caso de una invasión enemiga, algo frecuente en aquellos tiempos. Oprimen al pueblo hasta la esclavitud y éste invoca al Dios de sus padres, que toma cartas en el asunto. Nace un hombre, Moisés que es enviado por Dios a liberar a su pueblo. El faraón, que ya tiene controlado a Israel con la esclavitud, se opone a quedarse ahora sin esa mano de obra barata. Moisés se enfrenta a Faraón. Nueve plagas mortíferas resiste su duro corazón, pero a la décima (la muerte de sus primogénitos) tiene que ceder y dejar salir al pueblo.

El desierto. Desde el capítulo 13, 17 al capítulo 18 . El desierto es el lugar del silencio, de la prueba, de la purificación. Es tiempo y lugar de oración. Sin desierto no hay encuentro con Dios. Naturalmente nosotros no nos podemos, físicamente, ir a un desierto, pero sí podemos traer el desierto a nuestra casa. Tenemos que buscar un tiempo y un sitio para Dios en nuestro quehacer diario y en nuestro hogar. Y ahí tratarlo, hablar con Él, meternos en su Palabra. Fue lo que hicieron nuestros padres y en el desierto, entre pruebas y prodigios, comprendieron la dimensión religiosa de sus vidas. Sin desierto, sin oración, sin trato con Dios no hay experiencia religiosa, no hay mística. Y el cristiano es místico o no es cristiano.
Este caminar difícil es símbolo del caminar de la Iglesia por este mundo hasta llegar a la tierra prometida, que es un mundo nuevo construido por cada uno de nosotros aquí abajo y, después, el cielo, donde nos realizaremos plenamente junto a Dios.

El Sinaí es el tercer escenario donde se desarrollan los acontecimientos. Abarca Éxodo 19-40 o, al menos, hasta el 34 porque los capítulos 35-40 repiten las normas para el culto, algo muy normal teniendo en cuenta el origen Sacerdotal de estos capítulos y el momento histórico en que se escribieron: el siglo VI antes de Cristo, durante y tras los tristes años del exilio en Babilonia.
Dios invita a Israel, por medio de Moisés, a pactar una alianza: un compromiso mutuo. Recuerda que con Abrahán (Génesis 15, 12) y con Jacob (Génesis 28, 12) sólo Dios se comprometió, mientras ellos dormían. Ahora no, ya el pueblo tiene mucha historia a sus espaldas y suficiente experiencia de las maravillas que Dios está dispuesto a hacer con ellos, para que su papel sea puramente pasivo: Dios les exige una respuesta, un compromiso. Ambos -Dios y el pueblo- se tienen que comprometer a cumplir cada uno su parte.

4. - ¿Cómo ocurrió en realidad todo esto (verdad histórica)?

Todo es verdad teológica y catequética porque "Todo fue escrito para enseñanza nuestra", inspirado por Dios para nuestra salvación. Pero ¿cómo ocurrieron en realidad los hechos? Ésta es la pregunta que los hombres modernos nos hacemos.
Lo primero es que los autores o redactores no intentaron hacer un informe histórico, por lo que abundan las imprecisiones, los silencios, las lagunas y las generalidades. Poca historia podemos encontrar en el libro. Pero todo esto no es una ficción sino que tiene una base histórica. ¿Por qué entonces no encontramos nada de este relato en los historiadores de la época? Muy sencillo: porque este éxodo, capitaneado por Moisés, era una práctica diaria en aquella época y la gente entraba y salía continuamente de Egipto. El grupo de Moisés fue un grupo más, aunque siglos más tarde el pueblo de Israel personificó en ese grupo y en su caudillo la acción realizada por Dios con sus padres.
Hay muchas más cosas que sí son históricamente indudables y concuerdan con estos relatos: Egipto, como lugar de opresión de los faraones; la presencia de semitas (raza de los judíos) en aquel sitio, incluso que algunos de ellos ocuparon altos cargos en la corte de Faraón (caso de José). Todo esto le da base verídica a los relatos, aunque hoy por hoy no haya pruebas de los mismos fuera de la Biblia.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas: Éxodo 3 Colosenses 3, 5-17 Marcos 14, 22-25
Preguntas: 1.- Moisés es llamado por Dios para ir en ayuda de sus hermanos ¿has sentido alguna vez esa misma llamada en tu vida?
2.- Con el decálogo, Dios entregó a Israel diez caminos de libertad para vivir una nueva vida de hijos de Dios. La carta a los Colosenses nos presenta la misma idea.
3.- Nuestros padres recibieron el maná que los alimentó a lo largo del desierto. Nosotros hemos recibido un nuevo Pan del Cielo, el cuerpo de Jesús. Lee la institución de la eucaristía en el evangelio de Marcos

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